El acceso es difícil, tan sólo posible en barca o piragua, pero la sequía ha hecho aflorar los restos de la antigua iglesia de Santa Eugenia de Cenera de Zalima, uno de los pueblos anegados a principios de los años sesenta del siglo pasado por la construcción del embalse de Aguilar de Campoo.
Toscos capiteles de un románico tardío y otros góticos emergen junto a las ruinas del templo, del que apenas queda en pie una pequeña parte de lo que en tiempos fue la espadaña del hastial occidental.
“El catálogo monumental de la provincia de Palencia elaborado por Rafael Navarro del año 1939 da cuenta de cómo era la iglesia en origen”, recuerda César del Valle, coordinador del centro Expositivo Rom e historiador de la Fundación Santa María la Real, mientras relee el texto, en el que se hace referencia a la portada románica que se trasladó en su momento al castillo de Monzón, dependiente hoy de la Diputación Provincial.
El profesor García Guinea también recogía en su primer estudio del Románico de Palencia, del año 61, una imagen del templo aún en pie e, igualmente, hacía alusión a su portada románica, incluida y descrita con mayor detalle en la Enciclopedia del Románico en Palencia, editada por la Fundación Santa María la Real.
Ninguna referencia, sin embargo, a los capiteles del interior del edificio parroquial, los que emergen hoy entre las mermadas aguas del embalse que los sepultó, junto a los recuerdos y vivencias de quienes rezaron entre sus muros.
“Son piezas muy toscas, muy sencillas, que han sufrido además un importante deterioro al estar sumergidas durante tanto tiempo”, comenta César del Valle. Por su parte, Pedro Luis Huerta, otro de los historiadores del Centro de Estudios del Románico de la institución cultural, concreta que entre las “ahogadas ruinas” aún pueden distinguirse dos tipos de capiteles, “los que se corresponderían con el arco triunfal de la nave románica, capiteles triples de sencilla decoración vegetal; y otro de estilo gótico, con una decoración difícil de precisar por el deterioro, perteneciente a la nave de esta época”.
Las piezas románicas, asegura Huerta, son muy tardías, “quizá, del siglo XIII”, apunta. Ambos inciden en que se trata de “piezas menores”. Aun así, no deja de ser curioso, emocionante, incluso, para quienes en otro tiempo oraron a su amparo, verlas resurgir de entre las aguas, quizá, porque es un fenómeno que acontece tan sólo en épocas de extrema sequía, como la actual.
El privilegio de observarlas no está al alcance de todos, como ocurre con el puente medieval de la vecina localidad de Villanueva del Río, anclado también bajo el agua la mayor parte del año. En este caso, el acceso a los restos de la iglesia ha de realizarse en piragua, barca o haciendo uso de las nuevas tecnologías o los drones. De ahí, la importancia de contar con fotografías, que, en un momento dado, servirán para documentar adecuadamente estos restos sumergidos de un pasado no tan lejano.