Los hijos de la víctima del crimen de Caloca han asegurado que la relación de pareja entre su madre y el acusado era “normal” y “nunca” vieron una discusión entre ellos, aunque han señalado que él era “celoso” y “posesivo”, hasta el punto de molestarle que ella hablase con sus amigas porque decía que eran “todas unas golfas”.
También han apuntado que, aunque no consideran que JC.P.V. fuese agresivo, su forma de moverse y expresarse “con las manos” si lo parecía y la hija, que era menor cuando sucedieron los hechos, ha negado que éste alguna vez le amenazase a ella o a su madre. “Sólo una vez que estábamos discutiendo no le hizo gracia y nos ofreció una hostia a cada una”, ha relatado.
Los hijos así lo han manifestado este miércoles en la tercera sesión del juicio con jurado que celebra la Sección Tercera de la Audiencia de Cantabria contra JC.P.V., al que el fiscal le pide 15 años de cárcel por un delito de homicidio con el agravante de parentesco y 20 años por asesinato las acusaciones particular y popular, que ejercen la familia y el Gobierno regional.
Eran “novios”. La hija ha contado que su madre y el acusado, para el que su defensa pide una pena de 10 años por un homicidio pero con la atenuante de drogadicción eran “novios” y que hacían bastante vida juntos, principalmente en casa de ella, en Barrio, aunque a veces iban a dormir a casa de él en Caloca, ambas localidades del municipio de Pesaguero en la comarca de Liébana.
El 18 de septiembre de 2013, día en que JC.P.V. mató a su pareja sentimental en una pista forestal entre Caloca y la localidad de Casavegas (Palencia), la hija de la víctima estuvo con el acusado, a quien no notó nervioso pero sí algo raro. “Estaba demasiado callado”, ha recordado ante los miembros del jurado.
Ha señalado que él la acercó a casa desde el bar en el que trabajaba y luego regresó porque había quedado allí con su madre para ir a cenar a Polaciones, tras lo que, según le había comentado su progenitora, se quedarían a dormir en casa de él en Caloca.
Tanto ella como su hermano han incidido en que, cuando el acusado estaba con su madre, “siempre conducía él”, que sabían que él “jugaba un poco con las drogas” porque se comentaba por la zona y que la pista forestal en la que se encontró el cadáver no era conocida por su madre, quien tampoco tenía el hábito de ir a escuchar la berrea y nunca llevaba “ni cuchillos ni navaja” en el coche.
Vivir juntos. Han apuntado que, días antes de los hechos, su madre les comentó que tenía la intención de que el acusado se fuese a vivir con ellos de forma permanente, algo a lo que ambos jóvenes se negaron a pesar de que nunca vieron nada raro en la relación que mantenían y que un hermano de la víctima también ha destacado como “normal y buena”.
Este hermano ha apuntado que “en ningún caso” la familia hubiese esperado que sucediese algo así, aunque ha afirmado que en una ocasión, unos tres meses antes de los hechos, la víctima le manifestó que su relación con JC.P.V. “era imposible” pero “siguió con él”.
El hijo fue quien denunció su desaparición el día después de que se fuese a cenar con el acusado y ha explicado que lo hizo porque, aunque ella había dicho que se quedaría a dormir en Caloca, “no contestaba” a las llamadas a pesar de que llevaba horas telefoneándola.
El perro encontró el cuerpo. También han declarado este miércoles los excursionistas que encontraron el cadáver el 20 de septiembre en la pista forestal y han asegurado que, si su perro no se hubiese acercado a “olisquear” a los matorrales tras los cuales estaba “escondido”, nunca lo habrían visto.
Han relatado que ese día hicieron una ruta por la pista para ir desde Casavegas hasta el mirador de Sierra Albas y que encontraron el cuerpo cuando realizaban el trayecto de regreso. “El perro iba suelto y se acercó a unos matorrales”, han recordado.
Entonces, uno de ellos se aproximó y percibió que allí “había algo oculto, un bulto” y, al apartar las hojas, vio que era una persona, a la que toco con el palo de senderismo comprobando que no se movía, que estaba muerta. Además, vieron en el suelo “signos de arrastre”, así como un “charco de sangre” y un teléfono móvil encendido.
Estos excursionistas, que no han coincidido en apuntar si la pistas es bastante utilizada o no por senderistas aunque sí por todoterrenos, han relatado que tuvieron que desplazarse unos 200 metros hacia una zona alta del monte para poder llamar a la Guardia Civil, ya que en el área donde encontraron el cuerpo no había cobertura.
Precisamente, los agentes que se desplazaron hasta el lugar, a unos tres kilómetros de la localidad más cercana, han relatado por videoconferencia que acordonaron la zona y el cuerpo, “con signos evidentes de violencia” y colocado en “una posición extraña”, se encontraba en una zona “no muy apartada” de arbustos y “un poco tapado” por la vegetación. “Había pocas dudas de que aquello no había sido una muerte natural”, ha apostillado el instructor del caso.
Tenía encima una cazadora con otra “chaqueta embutida dentro” que mostraba que había sido arrastrado hasta allí y con cortes que indicaban que lo llevaba puesto en el momento del ataque. Además del teléfono móvil encendido, un pendiente y restos de sangre en los arbustos, vieron rodadas de vehículo en la pista pero no definidas.
La mujer fue identificada por sus huellas dactilares y los agentes supieron por gentes de la zona que llevaba unos dos días desaparecida. En el momento de hacerle la autopsia, en la que alguno de los guardias que instruía las diligencias estuvo presente, se quitó a la víctima la ropa y se localizó en el abrigo un ticket del restaurante donde había cenado con su agresor dos noches antes.
A partir de ese momento, se inicia la búsqueda de JC.V.P. como presunto autor del crimen y se le trata de localizar principalmente en la zona de Potes y la comarca de Liébana, donde un chico, al enterarse, asegura haberle visto el día 19 en Santander. Allí, el acusado es localizado y detenido y se encuentra el coche, en el que había manchas y salpicaduras de sangre.
El día del crimen. Tras acabar con la vida de la mujer en la pista forestal, el acusado acudió a un bar en Cervera de Pisuerga, donde tomó una copa y compró tabaco, y posteriormente a otro establecimiento de Aguilar de Campoo, donde también pidió una copa. Cuando abandonó este último lugar y según el propietario del establecimiento, sería algo más de las 1.00 horas del día 19.
De ahí se dirigió por la autovía hacía Santander, pero sobe las 4.00 horas paró en una gasolinera en Somahoz donde habló con un trabajador que, ante las palabras “sin sentido” del acusado, le preguntó si le había pasado algo. Ha relatado que JC.V.P. le dijo que quería ir a Santander pero que estaba desorientado, “algo que me extraño porque conducía un coche con matrícula de Santander”.
El acusado aparcó junto al lavadero de vehículos de la gasolinera a descansar y el trabajador decidió llamar a la Guardia Civil. Una patrulla se presentó en el lugar y uno de los agentes ha indicado en la sesión que estaba “desubicado” pero que lo achacó a que le despertaron y que, cuando salió a darles el DNI, vieron que tenía la ropa manchada de sangre pero que les dijo que era de que había estado “vendiendo jatos”.
Al comprobar sus datos, el agente ha apuntado que les aparecieron sus antecedentes por drogas y, aunque “no notamos” que hubiese consumido, procedieron a inspeccionar el vehículo en el que no se percataron de que hubiese sangre.