No todos los días se cumplen cien años. Por eso, que tres personas en un mismo edificio lleguen a soplar esas cien velas en poco menos de un mes, se convierte en un hecho digno de celebración.
Pilar, Amalia y Paulino viven en Tercera Actividad, el centro de atención a personas mayores y/o dependientes que la Fundación Santa María la Real gestiona en Aguilar de Campoo. Los tres nacieron durante el último trimestre de 1921. Son quintos y centenarios.
Pilar cumplió los 100 el pasado 6 de noviembre. Natural de Barrio de San Pedro en Becerril del Carpio, celebró su cumpleaños junto a sus hijos, nietos y sobrinos. “Este año me han regalado muchísimas flores”, recuerda, “y estoy muy contenta”. Junto a ella, su cuñado, Paulino, también centenario, hace tiempo que dejó de percibir sonidos, pero una pantalla y un teclado de ordenador nos facilitan la comunicación.
Nos cuenta que nació en Cervera de Pisuerga el 24 de diciembre de 1921, “¡el día de Nochebuena!”, dice y sonríe. Eran once hermanos. Siendo él muy joven se trasladaron a Cenera de Zalima, donde su padre regentaba la venta “junto a la carretera”. Fue uno de los pueblos anegados por la construcción del pantano de Aguilar, así pues, de allí se fueron a Olleros de Pisuerga con su abuela y, más tarde a Reinosa, donde trabajó como matarife en la fábrica de embutidos de su tío. Según nos cuenta, después se hizo pellejero, “compraba y vendía pieles y lana. Entonces en los pueblos había mucha gente y mucho ganado”.
A su mujer Oliva, la conoció en Becerril del Carpio, a través de un hermano suyo, Abilio, quien estaba casado con Pilar, su cuñada por partida doble y hoy centenaria. Paulino habla con orgullo de su hijo, Javier y de sus nietos, Javier y Jaime, quienes le visitan a menudo en Tercera Actividad y con quienes, sin duda, celebrará por todo lo alto su centenario.
Completa la terna, Amalia, natural de Barruelo de Santullán y orgullosa de su pueblo y de sus raíces. Cumplirá 100 el 14 de diciembre y, asegura, que le cuesta reconocer a la mujer que le devuelve el espejo, “no me veo” y, quizá, por eso, rehúye las fotografías, pese a que la cámara se derrita ante su sonrisa y sus chispeantes ojos azules. Adora Francia, vivió muchos años allí y uno de sus mejores recuerdos son las vistas desde la Torre Eiffel de noche. ¿Por qué emigró? “Era la mayor de nueve hermanos, una de ellas marchó a Francia. Allí era más fácil trabajar y ganar dinero, así que me fui”, comenta.
Vivió más de dos décadas en el país vecino. Habla francés perfectamente y lo lee. “Me encanta leer, sobre todo libros de historia y algunas revistas que me llegan de Francia”. ¿Qué le dirías a los jóvenes de ahora? “¡Y qué les voy a decir yo, si no les entiendo. He vivido la dictadura de Primo de Rivera, la segunda república, una guerra, la postguerra… me fui a Francia. No tengo nada que decir a los jóvenes de hoy, tampoco puedo discutir con ellos porque no les entiendo, como no entendía a los mayores cuando yo era joven”, apunta. Razón no le falta, hay cosas que nunca cambiarán, pase el tiempo que pase y la distancia intergeneracional, quizá, sea una de ellas. Pese a todo estos tres centenarios, demuestran que en la vida no hay edades, sino experiencias.